La convocatoria a los jóvenes se hizo pública aquel 22 de abril de 1960. Fidel llamaba a esa juventud con deseos de llevar el saber a intrincados parajes de la nación; se precisaba de mil maestros para enseñar a niños campesinos, y a los propios hombres y mujeres del campo para que fueran útiles en cualquier tarea.
La actitud era imprescindible, convivir con las almas del campo era la palabra de orden para intercambiar experiencias e infundir con conocimientos.
Hacia las tierras de Minas del Frío, donde estudian los Jóvenes rebeldes sin pago salarial durante los tres primeros meses, era la prueba de actitud, voluntad, y vocación la que tuvo inmediata respuesta.
Miles de jóvenes dieron el paso al frente para la formación de tres contingentes pedagógicos en zonas intrincadas; excelentes profesores impartieron clases de pedagogía, psicología, cultura general, preparación militar y política, al compás de largas caminatas entre ríos y montañas, como prueba de resistencia física para llevar la cartilla de la instrucción.
El analfabetismo iba quedando atrás, para enseñar a leer, a escribir, a expresarse, a conocer de nuestra historia, para borrar lo oscuro de la ignorancia, para abanderar los primeros Maestros voluntarios con la presencia del Padre mayor.
La audaz idea fructificó en menos de un año, al sumar 3 mil 500 maestros comprometidos por el bien común. Niños y adultos de lugares inhóspitos del país, recibían con beneplácito la brillante luz.
En ese Ejército de voluntarios Cuba perdió a Conrado Benítez con solo 18 años en las lomas del Escambray,asesinado por el odio enemigo. Las montañas resplandecían con la tarea educativa que crecía como una espiga buscando el sol.
Fidel y su pueblo no olvidan aquellos jóvenes cubanos de los años 60 del pasado siglo, inspiradores de la generación pedagógica de hoy, que es continuidad, ejemplo de consagración y saberes multiplicados, quienes sin escatimar esfuerzo forman parte del magisterio cubano en años de Revolución.
