Aún recuerdo las anécdotas de mi maestra de 5to grado, en mi Maffo natal, cuando nos relataba cómo pudo con 16 años y cuerpo menudo, lograr que sus padres la autorizaran a incorporarse al Primer Contingente de Maestros Voluntarios, llevando la luz de la enseñanza a ricnones de
Pero más sorprendente fue su destino en la serranías del Escambray, donde supo del brutal asesinato de su compañero de campaña Conrado Benítez. Nos hablaba que aún cuando muchos desertaron tras aquellos actos salvajes, ella decidió continuar hasta el final para seguir las huellas del amigo convertido en símbolo.
Hoy 3 de mayo, cuando se celebra la llegada a la Sierra Maestra de aquel Contingente de imberbes y adolescentes, al que Fidel convocó a prepararse como maestros para llevar el pan de la enseñanza a lo más recóndito del país, mi memoria viaja hacia aquellos años de la escuela primaria para desempolvar las hazañas de mi maestra.
En esa etapa, era imperativo acudir donde fuera necesario para erradicar el analfabetismo y llevar a las aulas la luz del saber, para sacudir la ignorancia en las almas de los campesinos y sus familias. En los lomeríos de San Lorenzo, en plena Sierra Maestra, trasciende la huella también de ese ejército de hombres y mujeres que de forma voluntaria ofrecieron su amor y empeño para enseñar a leer y escribir a quienes deseaban despertar el conocimiento educativo.
Hoy cuando todos peinan canas o no están físicamente, se recuerda la extraordinaria epopeya cultural, la que forma parte de la tradición pedagógica cubana y su legado altruista. La reverencia perpetúa trasciende en la historia de la nación que no olvida las estelas de luces en el firmamento de la educación que se levantó por el heroísmo de sus hijos para todos los tiempos, imponiendo la voluntad tras un sueño forjado de esperanzas. Por todo eso, en este día no puedo dejar de pensar en mi maestra.
