Las calles de La Habana se vestían de alegría por la llegada triunfal de los rebeldes en Caravana, quienes regalaron a su pueblo el enero victorioso, el fin de la esclavitud.
Fidel y los barbudos de la serranía oriental, se convirtieron en símbolos perdurables de la historia al cumplir con el sueño prometido. El gozo citadino era inmenso en agradecimiento a la luz de la libertad.
El orgullo ardía en cada pecho enardecido hacedor de un destino colectivo con todos y para el bien de todos, en cada alma de la nación que sabía de un triunfo sin igual.
Cuba se convertía en ejemplo para otras naciones del continente, al romper las cadenas del yugo imperial. El gigante Goliat fue vencido por un David pequeño que a través de su honda plantó una Patria nueva.
Desde diversos puntos cardinales se escuchaban sonidos al compás del vocerío de los habaneros. Bocinas de autos, campanas de las iglesias, sirenas de los barcos, anunciaban la llegada feliz de una Revolución naciente.
Era una fiesta de gente común, humilde que celebraban la gran victoria que llegó para repartir justicia, instrucción, pan, sanidad, cultura… para hacer a hombres y mujeres dignos de derechos y políticas sociales.
El rumbo de la Revolución marcaba su itinerario: libertad, soberanía e independencia, era el destino escogido.
A 66 años de aquella Caravana victoriosa, antiimperialista y patriótica que nos señaló el camino, vuelve a ratificarse la grandeza de Fidel como protagonista único de una libertad conquistada que nos regaló sonrisas y amaneceres luminosos.
A 66 años de aquella invicta Caravana, asombro de América, el aire se llena nuevamente de ciclón de banderas, de regocijo esperanzador; se continúa por el sendero de la dignidad, sorteando obstáculos y desafiando dificultades y carencias, cuyas espinas no amilanan a la Revolución cubana con sus metas y propósitos para seguir defendiendo la Patria.