Los animales son su verdadera pasión; ellos tocan corazones y salvan vidas, desconociendo muchas veces los horarios en el cumplimiento de sus rutinas. A estos hombres y mujeres, llamados veterinarios, le distinguen su profesionalidad.
El estudio constante, unido al talento natural y la elección voluntaria es el aporte al conocimiento salvador. Proteger el reino animal es su principal misión; sus saberes apegados a la ciencia, es esencia viva.
Dedicación y esmero caracterizan a estos guardianes que dominan la incapacidad de sus pacientes para contarles a los humanos lo que se siente por dentro, porque comprenden la mirada de sus enfermos sin juzgar.
Son precisamente los veterinarios quienes entienden de ese amor que se emite en vibraciones en forma de ladridos, relinchos, mugidos o ronroneos, el que no pregunta a sus pacientes qué te pasa, porque simplemente lo tiene que saber, los que tienen la capacidad de comprender gratitudes mudas.
Quienes se identifican con esa sacrificada profesión, aman los animales como su propia vida, a sabiendas que son eternos amigos que nunca traicionan, que se dan a entender sin palabras.
Son precisamente esos hombres y mujeres vestido de esperanzas conocidos como los héroes de amigos con plumas, narices frías, de pezuñas y garras, los que marcan la diferencia en la vida de un animal con paciencia, talento y buena mano.
A esos veterinarios que hacen de la preparación y esfuerzo para ayudar a aquellos que no tienen voz, la felicitación y las gracias por el deber cumplido en defensa de la salud animal, con expresión constante de amor por esa fauna que identifica el ecosistema natural.