“Descansó en el triste febrero la guerra de Cuba”. Así sentenció José Martí el lamentable desenlace al valorar el Pacto del Zanjón, expresión de la claudicación de las armas cubanas y la aprobación de una paz sin independencia y sin la abolición de la esclavitud.
El acontecimiento, firmado el 10 de febrero de 1878 entre el llamado Comité Revolucionario del Centro y el Capitán General de la Isla Arsenio Martínez Campo, en Camagüey, fue prueba irrefutable que la fractura de la unidad en el inicio de nuestras luchas independentistas, fue el peor enemigo que tuvo el proceso revolucionario.
Indiscutiblemente, las bases aprobadas en ese documento eran tan ambiguas y redactadas de manera tan astuta por la parte española, que lo concedido a Cuba era nada, o tan poco, que casi fue una burla, más allá de lo funesto que sería para el ulterior curso de las guerras de independencia.
A Cuba se le concedía el mismo status que a Puerto Rico, aunque después se supo que estas aparentes ventajas estaban referidas solo al sistema electoral y la administración del territorio. A Cuba se le convidaba a olvidar el pasado bajo la premisa de deponer las armas de manera incondicional y aceptar el dominio español sobre la Isla.
La libertad sólo la obtendrían aquellos esclavos negros y colonos chinos que habían servido en las filas del Ejército Libertador, y se le daría a los cubanos la posibilidad de crear partidos políticos, mientras no fueran contrarios a la Metrópoli o pusieran sus intereses en peligros.
En buen cubano, lo pactado eran migajas. Nada de lo exigido por Carlos Manuel de Céspedes en el Manifiesto del 10 de octubre, ni lo aprobado en la Constitución de Guáimaro en abril de 1869 estaba contemplado en dicho Pacto; fue como si la sangre derramada del Padre de la Patria, Agramonte, Miguel Gerónimo Gutiérrez y otros patriotas anónimos, hubiera sido en vano.
La firma del vergonzoso convenio, hace 146 años, ilustraba que el regionalismo, el caudillismo, la falta de apoyo de la emigración cubana en el exterior y la política inteligente del Pacificador Martínez Campo, fueron causas que echaron por tierra el desgaste de casi 10 años de lucha, aprovechando también el escepticismo de otros.
Un mes y cinco días después, el 15 de marzo de 1878, el Zanjón encontraría en la Protesta de Baraguá la mejor de sus respuestas con el General Antonio Maceo de artífice.
Si en ese histórico hecho se había dejado caer la espada, tal y como enjuiciara Martí, en Baragúa se salvaría la honra mancillada y se reafirmaría el ideal cubano de seguir luchando por la Independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud.