Es 26 de Julio. Se aproxima la mañana de la Santa Ana. ¿Cómo no creer en el eco de aquel intenso amanecer? ¿Cómo olvidar el fuego enardecido de una de las madrugadas más jóvenes y martianas? ¿Cómo no recordar el alma intrépida de los hombres del Moncada?
Se acerca la mañana de la Santa Ana. ¿Cómo describir la grandeza de aquella gesta sin redescubrirnos en la ciudad que fue testigo?
Ahí, nuestro Santiago, como la heroica siempre; la cuna inigualable, la rebelde en su inmensidad simbólica.
En su plaza el eco del grito de Maceo, convocando a seguir siendo libres; en los muros del Moncada, los preceptos de Martí para que sus ideas no mueran; aquel 26 de julio en los pasillos de la fortaleza militar las huellas de una generación firme y decidida a transformar el país a través de una Revolución.
Fidel al frente, con su mochila cargada de sueños por un mejor futuro; las ideas llamaban al combate. Fusiles eran empuñados para aniquilar la miseria, la explotación, la insalubridad, el analfabetismo.
Un día de julio en armas
Jóvenes del Centenario con ansias de justicia pretendían la libertad, convencidos que el único camino para triunfar era el de las armas para regalar escuelas, construir hospitales, fábricas; para formar maestros en función de la instrucción; para preparar médicos y científicos con responsabilidad con la salud del pueblo.
El acto atrevido de julio en el Moncada, pese a su revés, demostró la sed enfervorecida de la Patria para fundir blancos y negros en una familia; para que campesinos recogieran los frutos de sus cosechas, para que niños y niñas sonrían y disfruten en calles, plazas y parques.
El Moncada es la fuerza telúrica que nos convoca a seguir construyendo el presente y el futuro; es el torrente de sus ideas que nos ayuda a lanzar la honda contra los monstruos de adentro y de afuera; a erradicar errores para que se cumplan nuestros sueños y seguir edificando una Patria unida, soberana, independiente y más plena.