No dar nada por perdido es la premisa de un ejército que cura el alma, de esas almas que luchan contra adversidades para buscar soluciones, los trabajadores sociales.
Tocar el corazón de personas necesitadas, con sensibilidad y compromiso, con pasión y entrega, es la fortaleza de estas semillas germinadoras del bien común, de esos sujetos participativos que abogan por la progresiva emancipación.
Este ejército de vocación humanista, que ayuda a crecer en la vida, es sinónimo de cambio positivo cerca de la gente del barrio, de manos solidarias que defienden la igualdad de oportunidades, que abrigan el desarrollo espiritual de los ciudadanos de un país.
Su trabajo no es de espera en la oficina, es una ocupación de campo, de indagación y análisis de cada contexto familiar en comunidades urbanas y rurales, donde niños, jóvenes y adultos categorizados como vulnerables, demandan una atención social.
No dar a ninguna persona por perdida, fue el llamado de Fidel, Padre del Programa, en defensa del desarrollo humano, de elevar la cultura de su pueblo, de garantizar políticas educacionales y de empleo.
La valía y trascendencia de estos “constructores de la sociedad” frente a los nuevos desafíos, trasciende en la Cuba de hoy, donde la competencia de los trabajadores sociales es el bálsamo que alivia el dolor, es el aliciente que asiste la herida, es el camino a favor de una mejor calidad de vida.
Baluartes de la Revolución de los cambios y de la esperanza, es esta fuerza entregada al alma de la sociedad, que tiene como escudo la sensibilidad para multiplicar alegrías en el entorno, para edificar corazones que demandan de mediadores protagonistas de la llama del espíritu transformador.