Era la mañana de la Santa Ana, Santiago de Cuba, la ciudad heroica, amanecía vestida de verde olivo en medio del carnaval. Un grupo de jóvenes tomaba por asalto el cuartel Moncada donde se encontraban más de mil efectivos de la tiranía de Fulgencio Batista.
Al frente de los revolucionarios Fidel Castro Ruz, joven abogado que para esta fecha ya había ganado el respeto y la admiración de la clandestinidad.
El factor sorpresa falló y tras dos horas de intenso tiroteo, Fidel ordena la retirada. Comenzó de esta manera la carnicería y la masacre, solo unos pocos asaltantes perdieron la vida en el enfrentamiento, sin embargo la rabia e impotencia del tirano se ensañó con todo aquel que oliese a libertad.
Fueron masacrados poco a poco, tiroteados salvajemente, torturados como el joven Abel Santamaría, segundo jefe de la acción, a quien los esbirros le sacaron los ojos y luego asesinaron. Cadáveres aparecían en solares y cunetas, torturados y vejados; las persecuciones no paraban, la ciudad hervía en la violencia, carros de patrulla inundaban las calles e irrumpían en viviendas llevando consigo a cualquier sospechoso. Las madres desesperadas buscaban en las estaciones a sus hijos desaparecidos, el pánico y el terror sacudía los muros de la cuidad.
Las acciones militares del 26 de julio de 1953 fracasaron, pero señalaron el camino hacia la victoria definitiva, marcó el principio del fin de la tiranía. Luego, el juicio donde Fidel se convirtió en acusador, el presidio, el Granma y la Sierra Maestra.
El Moncada demostró la inminente necesidad de la lucha armada como única vía posible para alcanzar la libertad que llegó vestida también de verde olivo el 1 de enero de 1959.