Apenas tenía 9 años y recuerdo ese 6 de octubre como un día de color gris, de cielo encapotado, de silencio profundo y miradas ausentes.
Había mucha rabia por el Crimen de Barbados. Las noticias llegaban fragmentadas. Un avión había estallado en pleno vuelo, y también habían explotado otros muchos corazones aquí en tierra, en una Cuba sumida en un profundo dolor.
Era imposible creer que de un acto humano saliera tanto desprecio por la vida. Era un avión civil siniestrado en pleno vuelo con almas que hacían revolución por derecho propio.
La noticia estremecía a Cuba y al mundo, y con mis 9 años no entendía bien el por qué de tanta maldad por mucho que me explicaron en la escuela. La consternación recorría en cada familia, cuyas conversaciones se mezclaban con rabia.
Eran 73 personas que perdían la oportunidad de vivir, porque un terrorista de apellido conocido en estas tierras había decidido cercenar sus vidas para asustar a los millones que habitábamos en la Isla rebelde.
Fidel dejó para la posteridad un discurso enérgico y viril, para recordar eternamente a los esgrimistas, otros pasajeros y tripulantes, que ese día apagaron sus sonrisas.
Pasó el tiempo y el recuerdo regresa cada 6 de octubre, con más conciencia, con ese sentimiento entristecido que evoca la indignación de un pueblo ante la maldad enemiga.
Nunca hubo justicia, nunca hubo arrepentimiento, en presencia del crimen más abominable de estos tiempos, para vanagloriar al autor y sus secuaces en su ensañamiento contra Cuba.
Han transcurrido 48 años de que aquel vuelo 455 de Cubana de Aviación explotara en el aire a poco tiempo de despegar de Barbados rumbo a Jamaica, y todavía duele, porque cada 6 de octubre resuenan las palabras de Fidel cuando hizo temblar la injusticia desde la plaza en La Habana.
El pueblo de Cuba aún llora a sus muertos.