Nadie como ellos para abrazar las tradiciones más auténticas y preservar la cultura rural de la nación cubana. En su cotidianidad están mezclados la esperanza y los anhelos de libertad y prosperidad que durante siglos acunaron los padres fundadores de la patria.
En esa conexión que el hombre y la mujer del campo establecen con el surco, está la génesis de aquella luz martiana de que “la tierra es la gran madre de la fortuna”.
Para ellos que dan la bienvenida al sol labrando el campo, la lucha contra el cambio climático y las carencias de recursos materiales es permanente. Pero nada les hace renunciar a lo que mejor saben hacer.
Y es que para el campesino cubano que, desde el 17 de mayo de 1959 es dueño de la tierra que trabaja, no solo se trata de tradición y cultura, sino de la oportunidad de alejarse de la pobreza, aumentar los ingresos, mejorar la seguridad alimentaria.
Con la misma fortaleza con que brotan las semillas que ayer plantaron, así se levantan cada día para la tarea urgente de multiplicar los frutos de su trabajo honrado.