Rosa Rojas, es una mujer sin pago ni vacaciones que apenas conoce el descanso. Su vida, de ama de casa es un laberinto interminable de labores domésticas que rigen sus obligaciones diarias sin tiempo para sí misma.
Repartida entre labores infinitas y complaciendo demandas, gustos y necesidades de hijos, nietos, y esposo, esta mujer de 53 años de edad y con escasa instrucción, abandonó su puesto de trabajo para convertirse en lo que nunca soñó: la reina del hogar
Como a muchas cubanas, la crisis económica iniciada en los años 90 del pasado siglo, la llevó a cambiar su destino quedándose en la casa para la protección de los suyos.
Esta mujer, noble y sencilla del poblado de Maffo, sin suficiente reconocimiento social y ninguna compensación monetaria, se encarga de sostener y reproducir las fuerzas y energías desde el ámbito familiar.
Enraizada a su casa, Rosa asegura tener unos días más agitados y agotadores que otros, los que terminan casi quedándose dormida frente al televisor vencida por el cansancio.
Escuchar la lista de tareas diarias de esta mujer es el retrato bastante realista de la apretada agenda de la ama de casa. Preparar desayuno, almuerzo y comida, arreglar las camas, hervir el agua de consumo, fregar las lozas, regar las plantas, lavar, limpiar, planchar, recoger y ordenar la casa, hacer las compras, coser las ropas, forman parte de sus ocupaciones cotidianas.
Identificada con el trabajo doméstico y satisfecha con su aporte familiar no remunerado, Rosas Rojas asume su responsabilidad orgullosa de su rol y feliz de su contribución hogareña.
Dejando su huella y haciendo historia, la existencia de esta mujer desde su singularidad, teje un mundo lleno de bienestar que la hace sentir muy plena.
A mujeres que siguen el ejemplo de Rosa Rojas, una empoderada en las tareas domésticas, el reconocimiento, el respeto y la gratitud de una sociedad cubana que siente admiración por quienes son expertas en la gestión del hogar, disfrutando de sí misma y de los que aman.