En Santa Ifigenia, reposan los restos del patriota que desbordaba cubanía, del compositor de la letra y la música de aquella marcha guerrera que es hoy Himno Nacional de Cuba. En Santiago de Cuba, el patriotismo de Perucho Figueredo Cisneros, recorre sus calles, se rememora siempre al acaudalado independentista enemigo de la corona, al hombre amante de las artes, reacio al servilismo y la injusticia.
Su apego a estas tierras y su amor por la libertad, lo convierten en luchador infatigable contra el gobierno español, escogiendo el camino de la gloria o el cadalso junto con el Padre de la Patria.
La manigua le acoge con firmeza libertaria, con hidalguía, con honor de patriota; más no pudo disfrutar la gloriosa obra redentora que había imaginado, pues una implacable persecución hizo posible su captura con una enfermedad de tifus a cuesta.
Pero su estado de salud, marcado también por la semi inmovilidad que le provocaba las úlceras de sus pies no se tuvo en cuenta y en esas condiciones fue hecho prisionero y conducido a Santiago de Cuba.
La Ciudad Héroe de la República de Cuba, fue testigo de su pena de muerte, sin claudicar, sin mancillar la honra del ilustre bayamés, quien no negoció su condena.
“Morir por la Patria es vivir” fue la sentencia en sus últimos instantes, cuyas palabras estremecieron a quienes le aniquilaron, sin dejar de ser acribilladas por las balas de los enemigos.
Aquel hecho lamentable, transcurridos 153 años, resurgió con mayor fuerza y se multiplicó en los campos de batalla; como símbolo de una decisión que trasciende de generación en generación y se hizo patrimonio de los cubanos hasta su libertad definitiva.
“Morir por la Patria es vivir” hoy cobra encumbrada vigencia con dimensión mayor, ante las amenazas enemigas y guerra subversiva brutal y traicionera del imperialismo norteamericano que intenta destruirnos.