En Santiago de Cuba es un amanecer distinto. El blanco del alba dibuja el día 26 en el calendario. Los primeros rayos del sol anuncian la gloriosa mañana de la Santa Ana.
Día de calor y fiesta. La corneta china aviva la alegría del jolgorio de una ciudad en carnaval. La conga de los Hoyos recorre las empinadas calles a ritmo de cantos, bebidas, gozo popular.
La celebración identitaria de Santiago de Cuba mezcla nuevos sentimientos y esperanzas. Un largo recorrido llega a su fin y la oscuridad muestra otro despertar. La algarabía permite usar cualquier disfraz. Entre luces y sombras, se confunden los rostros de quienes intentan salvar el futuro.
En la ciudad más caribeña, comienzan a contagiarse emociones distintas transmitidas por su gente. No vienen a carnavalear. Los principios no son negociables para revitalizar ideas y energías.
El silencio de la madrugada se convierte en grito interminable de libertad. Listos los hombres de diferentes viajes, bajan de los autos para cambiar sus rutinas.
Atrás queda el sonido arrollador del convite. Muchos deambulan embriagados y hasta se pernocta en cualquier esquina. Sin embargo, los jóvenes que sorprenderán al mundo no duermen, ni muchos menos detienen el paso.
Apenas se conocen, pero la misión estratégica de la noche de la indómita Santiago los conecta eternamente. El susurro de una marcha los guía, un poema con olor a pólvora devora cada minuto. La estatura de Fidel despeja dudas sobre lo difícil que es vestirse de Héroe.
Las horas apuntan hacia el alba. Un poco antes irrumpe la luz de la hombradía en fuego cerrado por transformar la historia. Basta unos minutos para teñir de sangre, calles, casas, ríos. El cielo oscuro se matiza con la heroicidad rebelde, también con el escarmiento de la cruel jauría. Dos colores bien fuertes, es el símbolo del estandarte de una Generación, en un amanecer distinto que dibuja el 26 en el calendario para anunciar la gloriosa mañana de la Santa Ana.