Grandes nombres tiene la historia de Cuba. Y entre ellos, el suyo ilumina por derecho propio y remite a la gallardía de sus principios y su pensamiento. José de la Luz y Caballero, filósofo, educador y paradigma de la pedagogía cubana, fue de esos hombres al que había que mirar sin parpadear para recibir la grandeza de sus influencias.
Sus publicaciones en la prensa del siglo XIX, solían ocultarse bajo seudónimos: Un habanero, Un amante de la verdad, El amigo de la juventud, El escolástico, eran sobrenombres utilizados. No empuñó un arma física para luchar por la independencia de su país, pero sí contribuyó en la formación de la conciencia nacional.
De ahí que Martí lo llamó “el silencioso fundador”, pues sin hablar de política sembró en sus estudiantes el gen incorregible del amor por la tierra donde se nace. Inspirado en la figura de Félix Varela, con quien compartió durante años en el Seminario de San Carlos, fue partidario de aprender el contenido sin necesidad de memorizar, sino de pensar, analizar, discutir las más diversas ideas.
La necesidad de educar para que la Patria tuviera siempre hijos capaces de defenderla, fue su mayor filosofía. Tengamos la educación y tendremos Cuba, fue una de sus grandes enseñanzas para salvar la nación.
A 162 años del fallecimiento de José de la Luz y Caballero, su impronta permanece intacta al defender que los maestros fueran evangelios vivos. La educación cubana lo sabe y entre sus guías más genuinos sigue la luz de quien fuera ejemplar y certero, para formar hombres “rebeldes y cordiales”.