Que inmensa bravura de aquellos hombres que se despidieron de Tuxpan en el Yate Granma, sin saber que serían historia, sin saber que La Lupe lloraría su partida.
En una riesgosa travesía, su mejor timonel conducía la embarcación de 82 expedicionarios, que decían adiós a tierra mexicana con sed de justicia, para llegar y triunfar y repartir luz, libertad, reforma agraria, pan, instrucción, salud, para ofrecer una obra social de infinito amor.
La decisión de ser libres o mártires era la promesa del Granma cargado de combatientes, ideas y armas en ristres. En el mar, el yate navegaba desafiando la ferocidad de sus aguas para reanudar la lucha iniciada por el Movimiento 26 de julio.
El Yate Granma marcaba el destino del barco rumbo a Cuba para iniciar la guerra de guerrilla en la Sierra Maestra, para derrocar el tirano de turno, porque había llegado la hora de tomar los derechos y no de pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos, según Fidel tras los pasos de Martí.
El viaje largo y riesgoso exponía la debilidad, el cansancio y el hambre de siete días de una fuerza intrépida, símbolo de empuje y valor, ejemplo de martianas estrellas insurrectas.
Clara la meta de estos hombres que retaron el itinerario y el mal tiempo, el lodo, manglares y peligros, hasta tocar suelo firme en el Turquino para hacer historia, para hacer Revolución con sangre y sudor.
¡Que tremendo despertar aquel 2 de Diciembre cuando desembarcaron con los expedicionarios del Yate Granma los bríos de Maceo, la resistencia de Gómez, la voluntad irrevocable de Céspedes y la certeza de un futuro digno para los cubanos.
Nuevamente la alborada, transcurridos 67 años anuncia que la Proa de esta Isla mantiene siempre el rumbo sobre aguas en plena libertad con su Fidel eterno.