Quienes conocen Contramaestre dicen que nuestra ciudad tiene la piel de su gente, que sus edificaciones están hechas del sudor, la alegría, la nostalgia, que sus calles llevan calados los pasos de sus hijos.
Quienes habitan en esta ciudad respiran la frescura de su río que da su nombre, viendo crecer a su gente que cargan con orgullo las huellas de su historia, de un pasado agrario que dio luz a un presente pródigo para disfrutar de un pueblo urbanizado.
Es Contramaestre el remanso de muchos, de cientos, de miles que nacimos y nos quedamos, de otros que llegaron y agradecen, y de algunos que decidieron alejarse sin olvidar, porque es una ciudad de encantos que desde su propia fundación brinda abrigo.
Su céntrico parque tiene la sombra perfecta para descansar, enamorarse, o desandar recuerdos. Y en esos recuerdos está la Iglesia con su mirada imponente, el hotel Carnero, y el casino hispano-cubano devenido en sociedad de recreo. Toda la historia encerrada en 110 años.
Contramaestre, ciudad para todos
La ciudad exhibe otras edificaciones con la misma elegancia de su génesis, ofreciendo beneficios a su gente sin distinción de status social, ni edad, ni raza; la misma gente que cada mañana siente el orgullo de pertenecer a este pedazo de tierra.
Hoy lugareños y visitantes agradecen el rostro limpio, tentador y vistoso de Contramaestre, porque sigue siendo la inspiración de muchos artistas y cuna de personas sabias; sigue siendo la ciudad que atrapa a quien llega por casualidad o intenciones bien marcadas.
Contramaestre es la ciudad que sigue siendo joven con arrugas no muy visibles, porque aún disfruta de una frescura y lozanía camino a la transformación, porque este terruño de la geografía oriental es y será para sus hijos un paraíso lleno de ensueños que inspira, evoca y seduce

