Su partida hacia la inmortalidad es presencia de luz eterna impregnada en la Patria que lo vio nacer, para hacerse un hombre grande de pueblo.
Ocho años de ausencia, no desvanecen el alma íntegra de cuba, el gigante de América Latina, el líder inmenso de una Isla que revive el orgullo de tener en sus simientes un Fidel único.
Aunque te dimos un adiós definitivo con silencio estremecedor, tu figura de raíces bien profundas continúa siendo un símbolo de valor universal, fuera de lo humano fuera de lo cotidiano.
Cuando se escucha la palabra Fidel en la boca de un niño, de un joven, de un adulto, la dimensión de su grandeza resuena en los cuatro puntos cardinales, donde la gratitud de sus hijos permanece intacta.
Fidel es parte de la historia tejida con sangre y sudor para defender a su pueblo con una convicción de hierro, con principios irrenunciables, con una fe en el mejoramiento humano admirable.
Decir Fidel es audacia, fuerza, valor, honor, sacrificio, lealtad, es libertad plena edificada en una nación que agradece la luz de un mandatario que cabalga en el tiempo con soberanía independencia ante el imperio más anexionista que ha existido por los siglos de los siglos.
Fidel es el nombre por siempre sembrado en el alma de su pueblo, es la esperanza de un país que sortea momentos difíciles, es el legado perenne que instruye y fortalece, es el sol que aún irradia energía en busca de nuevos amaneceres, es la creencia que no todo está perdido.
Fidel es el inmortal que tiene mucho adentro, que nadie puede olvidar, es el camino recto, seguro, es la pureza, la verdad y la razón de una Cuba donde los agradecidos aún le acompañan.

