El primer llanto de su bebé recién nacido es la mayor alegría de una madre y el mensaje de felicidad que más reconforta su corazón; es también ese sollozo, el toque de clarín para el inicio de un trabajo, o más bien de una misión, que no terminará nunca hasta el último de sus días.
Porque madre es ese ser que estará pendiente siempre de su hijo, porque estando lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida.
Anónimas muchas, incondicionales todas. De nuestras madres nacerán el mejor abrazo, la caricia perfecta, el regaño oportuno.
Arropados en el amor de una madre nada puede salir mal; junto a ellas nos sentimos siempre insuperables. Desde la retaguardia nos apoyan en nuestras más insospechadas determinaciones, con el abrazo protector en ristre, con una resuelta aceptación del más mínimo riesgo.
Es la madre un ser único, mágico, divino. Siempre está, no importa la circunstancia; perdona, acoge, celebra si está feliz, se entristece si lo estás tú. Ser madre no es un oficio, pero es la única condición en la que no existen días libres ni descanso.
Madre es la palabra más bella pronunciada por el ser humano. No importa la edad, renace siempre la vida. Años de desvelo y entrega, de silencio infinito, de constante osadía, avalan su hoja de servicio.
Y es que mamá es pasión no razón; sobre sus hombros pesan la constante preocupación por todos en casa para embellecer siempre la vida, para amar el sacrificio, para aliviar la pena o aflicción. Su fuerza es luz infinita en días oscuros , de tormentas; es empeño, ímpetu.
Como el río de agua clara y sol de la mañana, así es mamá, la que se viste de paciencia con cálidos abrazos que convierten inviernos en primaveras, sosteniendo sonrisa que serena y corazón que impulsa.

