La vida, necesita de su magia, de esa magia que cada febrero nos inspira al verso, a la flor, y el detalle, porque una vida sin amor no es vida, no significa nada.
Y es que ese duende con llaves invisibles, que nos arropa de formas diferentes, no debe ser sólo arrebato cada 14 de febrero, porque la vida dejaría de ser aguacero de emociones, sorpresas hermosas, viajes sin regresos.
Es ese sentimiento intenso del ser humano que desanda con nosotros, el que nos provoca un salto en el estómago o una rodilla temblorosa, la humedad en los ojos, un disparate impensado…el latido más intenso.
Difícil y rebelde, el amor, sin dudas, mantiene el estilo de lanzarnos flechas, de atraparnos en la distancia, de hacernos corto el tiempo y de zambullirnos en el mejor de los abrazos.
No importa que lo neguemos por el fracaso pasado; no importa que le cerremos una puerta, porque el amor siempre llegará abrigado de felicidad para recordar no sólo el beso cómplice, también la tristeza por la despedida al sol de la familia, la alegría por la mano pequeña que acaricia el rostro.
Traer a la memoria cada 14 de febrero, el homenaje cargado de pétalos y regalos para después hacerlo neblina y ocaso, rompe con esa magia, pisoteando ese rompedor de rutinas y creador de las pasiones más profundas.
Jamás intentemos espantarlo, porque la vida, definitivamente, necesita de su magia.
