El último día de julio se torna triste para quienes han tenido siempre a la figura de un hombre como ejemplo y guía, a ese mortal que le devolvió la belleza a la ciudad de la Habana cuando parecía imposible, Eusebio Leal Spengler.
Pero la muerte no es más poderosa que su legado y lecciones en defensa del matrimonio construido e inmaterial memorable que distingue a la capital cubana.
Desde hace tres años, cada 31 de julio se recuerda al Historiador de la Ciudad de La Habana, a Eusebio Leal Spengler, a esa leyenda que dedicó alma y esfuerzos por ver resplandecer las calles con sus edificios en la vieja Habana, con su propio ritmo, con sus destellos, con sus luces y sombras.
La arquitectura y la cultura del Centro histórico de la capital, aún atesoran su brillo para evocar también al Embajador de Buena Voluntad de la Organización de las Naciones Unidas, para que La Habana sea un estado de ánimo con sus costumbres, tradiciones y espiritualidad.
Aunque ya Eusebio Leal no nos acompaña, su muerte no es verdad, porque su pensamiento y legado aún permanecen vivos en la otrora villa de San Cristóbal.
Las sábanas blancas vuelven a colgarse este 31 de julio en los balcones habaneros en homenaje al irreductible guerrero de la belleza, al auténtico fundador, al maestro.
Su herencia ejemplar recorre Cuba y diversas latitudes porque Eusebio no es hombre común, es leyenda excepcional.
Leal a la Patria, al trabajo creador, a la virtud, es este corazón de luz, que con ingenio y maestría salvó la ciudad del daño arrasador del tiempo y el olvido.
Es Eusebio Leal, el recuerdo eterno, el respeto, la gratitud; después de su último adiós no deja de ser el sentir de una vida.

