La oscuridad del odio y de la maldad de una dictadura sin piedad ciega la vida de tres jóvenes en Santiago de Cuba, Josué País, Floro Vistel Somodevilla y Salvador Pascual Salcedo, quienes luchaban por hacer realidad sus aspiraciones de libertad para Cuba, sometida a la tiranía de Fulgencio Batista.
Frank País, el Gigante de la clandestinidad, frente del Movimiento 26 de Julio (M-26-7) organiza las acciones en la antigua provincia de Oriente, y entre los miembros de mayor actividad estaba su hermano menor Josué, quien también había sido fundador de la Acción Revolucionaria Oriental (ARO) para luchar contra la tiranía batistiana.
El 7 de diciembre de 1953, con tan solo 15 años rompió de una pedrada una lámpara debajo de la cual se encontraba un grupo de policías que reprimían una manifestación del estudiantado santiaguero en homenaje a Antonio Maceo.
A mediados de 1954, fue sorprendido pintando un muro con consignas de ¡Abajo Batista!, por lo cual fue sancionado a un año de prisión domiciliaria al ser menor de edad, pues solo tenía 16 años.
Su corta pero intensa vida impresiona. Se le ve en cada protesta, sufre prisión, pero nada lo detiene en el trasiego de armas, en sabotajes o tareas organizativas, que cumple con audacia y lo preparan para asumir empeños mayores, como sería el levantamiento armado del 30 de Noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma.
Para el alzamiento, Frank había responsabilizado a Josué con los preparativos de la fuga de los presos políticos confinados en la cárcel de Boniato, pero luego le encomienda la delicada tarea de disparar con un mortero desde el Instituto de Segunda Enseñanza hacia el cuartel Moncada, misión frustrada al ser detenido junto al destacado luchador Léster Rodríguez, cuando intentaban llegar al centro estudiantil.
Incluido con los apresados en el levantamiento y el desembarco del Granma en la Causa 67 de 1956, ¨seguida contra 226 personas acusadas de haber tomado parte en la insurrección encabezada por el Doctor Fidel Castro Ruz¨, hasta el día del juicio guardó prisión en el propio penal de Boniato, donde al lado de Frank despliega una intensa actividad destinada a proseguir la lucha.
El domingo 30 de junio de 1957 los políticos del régimen escenificarían un mitin de apoyo a Batista en el Parque Céspedes, con el fin de demostrar a la nación ¨la absoluta calma¨ que reina en Oriente y adoptaron numerosas medidas represivas para garantizar sus propósitos, cuando en realidad toda la región era un incontenible hervidero revolucionario.
La dirección del M-26-7 preparó acciones conjuntas para sabotear el mitin. Josué dirigiría uno de los grupos armados que realizaría disparos al aire para disolver la concurrencia al acto. Josué y Floro se hallan ocultos en una casa en General Banderas número 313 y escuchan atentos la radio.
El Movimiento logra interceptar la línea del mitin por la vía telefónica y arenga al pueblo a la lucha. Salvador Pascual Salcedo es el otro integrante del grupo y junto a Floro ocupan un auto de alquiler, el cual es circulado y perseguido inmediatamente.
Un patrullero que marcha detrás identifica el Chevrolet e inicia la persecución. Hay intercambios de disparos, y uno de los proyectiles de los policías perfora un neumático trasero e inmediatamente caen en una emboscada entre dos fuegos.
Se suman en breve más de veinte de soldados que a pie patrullan el área.
Todos descargan sus armas prácticamente de forma homicida contra los tres combatientes. ¨Floro¨ y Salvador mueren acribillados antes de poder abandonar el vehículo, mientras que pistola en mano Josué lo abandona en actitud combativa.
Sobre él dirigen los asesinos sus armas y al herirlo logran derribarlo al pavimento. Sus movimientos indican que aún vive, cuando llega el teniente coronel José María Salas Cañizares. «Masacre», como le apodaban los santiagueros, dispone que el cuerpo del herido sea trasladado al Hospital de Emergencia, no sin antes llamar a parte a sus matones e imponerles que lo ultimen en el trayecto.
Es así como ofrendan heroicamente sus vidas Josué, Floro y Salvador. El entierro de los revolucionarios, con sus cuerpos cubiertos por banderas del Movimiento 26 de Julio, se transformó en una manifestación de duelo y desafío al régimen.
Han pasado 68 años del criminal asesinato, pero estos héroes de la Patria viven en el corazón de su pueblo, pueblo que honrará eternamente y salvaguardará aquella libertad que hoy tenemos y por la que ellos ofrecieron sus vidas.