En pleno 2025, la mayoría de la población conoce, al menos, de la existencia de internet y las redes sociales. Facebook, Instagram o Messenger, son algunas de las más mencionadas, y reúnen ya más de 2 millones de usuarios por día.
Las redes sociales digitales llegaron a nuestras vidas como una manera de acercarnos a familiares y amigos geográficamente lejanos; un mensaje de voz, una conversación por chat, una fotografía, todo parecía perfecto para interactuar con los seres más queridos. Eso sin mencionar la oportunidad de conocer a personas de diferentes partes del mundo, con las que se pueda compartir algún interés.
Así nos sumergimos en un mundo digital, donde la interacción se produce únicamente a través de una pantalla. Ciertamente, el alcance de estas redes es consideradable, pero, ¿qué tan sociales son en realidad?
Las plataformas digitales por sí mismas no son causa de enajenación, pero su uso desmedido puede llegar a convertirse en una adicción, en una forma de aislamiento que nos separa del entorno real para ubicarnos en una burbuja cibernética. En ocasiones, los perfiles con los que intercambiamos en la red, ni siquiera son verdaderos, puede tratarse de una persona que no existe, o de alguien que finge un estilo de vida que no es suyo.
Algo muy parecido ocurre con creadores de contenido o influencers, que no siempre son tan simpáticos como nos hacen creer, ni sus vidas tan perfectas como nos han convencido. Para nosotros, los que constantemente estamos frente a una pantalla, resulta muy fácil compararnos con una narrativa creada para entretener, donde más que hogares existen escenarios, y más que personas, personajes.
Y aunque conocemos la costumbre de Internet, de no ser cierto todo lo que contiene, elegimos creer que hay todo un universo que nos supera en belleza, motivación, y hasta en valores humanos. Pero esto es una falacia, y los complejos que hemos construido son el resultado de pasar demasiadas horas en línea.
Lo que alguna vez fue útil para acortar distancias entre personas, hoy ha convertido la sociedad en un tumulto de individualización. Las conversaciones profundas y animadas son cada vez más escasas, el contacto físico se ha ido desplazando, y el concepto de amistad se ha reducido a un “agregar”, “confirmar”, “seguir”.
La tecnología es una herramienta poderosa para socializar, pero únicamente cuando se emplea con responsabilidad. Las redes sociales son solo entretenimiento, la vida real, una prioridad. Nos urge vivir en el mundo físico, más que en el digital.