Fuente inagotable de ternura son los niños; una sonrisa genuina, una mirada inocente, una forma peculiar de pronunciar las palabras, así se pasean por la vida.
Sobre ellos dijo Martí que son la esperanza del mundo, y sobre esa esperanza se traza el provenir en las ciudades más vistosas, y en los rincones más olvidados del campo. Los niños alteran todo a su paso, pero no como un huracán que destruye, sino como una fuerza que alegra en torbellino.
En Cuba, se escoge el tercer domingo del mes de Julio para celebrar su existencia, sus risas y sus llantos. Esta fecha, además de los regalos, las salidas al parque o la música, invita a ofrecer un cariño palpable. No se trata de una celebración más en el calendario, sino de la atención más que necesaria a nuestros niños y niñas.
La infancia es esa etapa de la vida en que afloran los sueños, se crean vínculos con los seres más cercanos, se aprende a amar. Pero es también es una fase vulnerable; en el encanto y la inocencia de los pequeños, radica también la necesidad de protegerlos a toda costa. En la familia, la primera escuela, esto es, cuando menos, una prioridad.
En los niños de hoy se encuentran los adultos del mañana, de un futuro que se acelera cada vez más. Nuestro tesoro más preciado está en la infancia; en el brillo de su mirada descansa la oportunidad de enmendar los errores del pasado. Es allí, en el corazón de un pequeño, donde radica la esencia de la vida. Fuente inagotable de ternura son los niños; fuente inagotable de esperanzas.
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