De sol a sol, en todas las temporadas, trabajan sin descansos hombres y mujeres identificados con el surco, quienes producen frutos tan buenos y de primera necesidad, para hacerse acreedores de una celebración que venera la tierra cultivada de alimentos, ellos son los trabajadores agropecuarios.
Cada mañana, la vida en los campos cobra vida con la presencia de esa fuerza productiva, desafiando el injusto y criminal bloqueo que convoca a trabajar y a resistir para asegurar el plato nuestro de cada día.
Con el aporte agropecuario, el empuje de estos brazos resistentes comprometidos con su rutina, contribuyen a la soberanía alimentaria que demanda un país a través de la siembra de cultivos diversos, que diferencian los campos en etapa primaveral y de frío.
El rocío del amanecer cobija la laboriosidad de estos mortales enamorados de la tierra y los animales, quienes no temen a la lluvia, a las altas temperaturas, ni al temporal para entregar viandas, granos hortalizas, y frutales, fundamentalmente.
Humildes y sencillos, muchos de ellos con escasa instrucción, es este ejército amante de la tierra, que se sobreponen a la adversidad de los tiempos actuales, para recoger los frutos necesarios en la mesa familiar, para hacer llegar alimentos a niños, abuelos, hospitalizados y embarazadas, protegidos en instituciones sociales.
Porque estos obreros de esfuerzo y constancia, apegados al campo, sin verbos rebuscados, sí conocen qué profundidad darle al suelo para sembrar la semilla, saben escuchar la tierra cuando demanda nutrientes, entienden de los secretos de la naturaleza para el manejo integral de los cultivos.
Con sudor agrícola estos trabajadores no desmayan sus fortalezas en su principal tarea: producir alimentos para el pueblo. Gracias a la bondad de la tierra, testigo de su huella, de sus manos laboriosas y productivas, estos hombres y mujeres hacen reverdecer los campos típicos de Cuba que dan sustento a la gente común.
