Adán y Emily Flores Prado, dos niños genéticamente emparentados, de 3 y 4 años de edad respectivamente, del municipio de Contramaestre, no escapan de la felicidad compartiendo las etapas más hermosas de sus vidas, sus sonrisas, picardías y derechos.
Asombra ver como ellos viran el mundo al revés y paralizan cualquier trabajo, por muy importante que sea; su imaginación será siempre una puerta abierta.
Porque Adán y Emily ya se prueban como artistas, al cantarles a sus muñecos o cuando vuelan su invención pintando garabatos en el papel para hacer brillar el sol o ilustrar una flor.
Para ellos el orden es una utopía, pues nunca dejan de sorprenderte sus travesuras con su caja de juguetes, para probarse como doctores, maestros, cocineros o simplemente para imitar a mamá y papá.
El desvelo de sus padres es un estado constante con pinceladas de sobresalto. Cantan y bailan a su antojo, exigiendo aplausos con repetición de sus actos de alegría. Las paredes de casa exponen también los dibujos de sus sueños.
Los regaños reiterativos no es con ellos, sus nombres tampoco se gastan, es un hecho. Las respuestas ingeniosas y malabares paternos se conjugan diariamente para no perder la cordura y dar riendas sueltas a ese mundo de quimera, visibles en ese universo de fantasías.
Estos detalles recurrentes en los pequeños, forman parte de la felicidad, hacen florecer el corazón, revivir el alma, amar la vida.
Porque ese bienestar va compartido con garantías de derechos que Cuba le regala a sus niños, para que se eduquen, tengan asistencia médica, protección, para que rían felices y vivan seguros de su existencia, para que niños como Adán y Emily Flores Prado, genéticamente emparentados, continúen siendo una esperanza para el mundo.