La libertad de Cuba tuvo hombres cuya dimensión trasciende en la grandeza del país, porque no le importó fortuna ni honores para defender los intereses de su Patria. Era el bayamés Francisco Vicente Aguilera, uno de los caballeros más ricos de la Cuba colonial que ni la riqueza ni el poder pudieron desviar sus ansias libertarias.
El millonario heroíco, como lo bautizó Martí, trasciende en el tiempo no sólo por su grandeza de hechos militares, sino por la valía de fructíferas siembras que dió vida a nuestra nación y a nuestra República.
Aquel patriota entero y de espíritu unitario, es símbolo perdurable de amor y entrega a la Patria, quien no tuvo joyas más preciadas para su corazón que el honor y la verdad, la ética y la justicia. Francisco Vicente Aguilera, es de esos héroes de la nación que nunca mueren, porque su bondad al servicio de los desposeídos lo distinguen como único, como la mayor suma de energía moral, la sustancia propia, como el hombre que estremeció los cimientos de su país.
“Nada tengo mientras no tenga Patria” es la frase del Padre de la República, que convoca a investigadores, historiadores y poetas, para legitimar el brillo inapagable del acaudalado que sólo mendigaba por la libertad y la independencia, por una Cuba soberana y dueña de su destino.
No sé si haya una vida superior a la de Francisco Vicente Aguilera, pero su inmaculada existencia nunca se podrá ensombrecer, pues su actuar intachable no admite olvidos, sobre todo porque prefirió morir lejos de su tierra, con el bolsillo hueco y con el alma enriquecida.


