Mi ciudad, hoy arropada de invierno, amanece alegre vestida de cultura, música y color. Sus calles llenas de vidas, evocan recuerdos al doblar cada esquina para encontrarse con gente común, de raíces bien profundas.
Mi Contramaestre, bañado por las aguas frescas de su río que da su nombre, vislumbra por su lenguaje de pueblo en cada uno de sus rincones, en su única plaza, en sus diminutos parques, en cada casa.
Mi bella ciudad canta, sueña día a día, sufre, llora, ríe, elevando el alma de quienes la viven, de esos hombres y mujeres que con la travesía de los años no olvidan su génesis para contar su historia como remembranza necesaria.
Mi Contramaestre hoy abraza a sus hijos, sin olvidar ese alumbramiento sujeto a la voluntad de otros que sólo querían manosear bajo sus bolsillos el precio de su valor y luego se marcharon dejando atrás su fortuito destino.
Su identidad, de fiesta este 5 de febrero, reconoce el valor de la piel de su gente, de sus edificaciones hechas de sudor y sacrificio, de sus habitantes que cargan con orgullo las huellas de su historia.
Es este pedazo de tierra, el rostro de una ciudad aún joven, vistosa, que clama por transformaciones visibles, con elegancia para seguir siendo la inspiración de artistas, escritores y poetas, para hacer del entorno citadino un paraíso seductor que continúe atrapando a hijos y visitantes.
Amar a mi Contramaestre con 111 años de vida, es compromiso que precisa de sus semejantes para tener mejor suerte y esplendor, para no dejar que nuestro parecido nunca muera, para hacer de esta ciudad presencia viva, útil y virtuosa.

