Aquel hombre de mirada tierna resurge este 28 de enero entre alas de colibrí con la gracia y prodigio de una legendaria huella de amor y combate. Es él, Martí.
La calle Paula de la Vieja Habana dejó de ser la misma, desde el alumbramiento del cubano más universal. Entre el bullicio de su gente nacía el hombre que soñó siempre con la libertad de su Patria, del Quijote que peregrinó por el continente americano para descubrir las entrañas del monstruo.
Maestro, el homenaje es sincero como lo son tus versos sencillos nacidos del alma, porque tu patriotismo está impreso en poesía, prosa, ensayos y crónicas de la vida única. Nuestra América aún apuesta por su futuro, al conocer de tus ideas, preocupaciones por la libertad de los pueblos, desde Los Andes hasta la Patagonia, donde al indio, al mestizo, al negro y al blanco le diste un valor sin distinción de razas.
Martí , la verdad, justicia social, búsqueda de conocimientos, amor por los libros y la propia vida, es el legado recurrente de La Edad de Oro, cuya prédica que el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, aún está por conquistar.
Apóstol, tu luz y decoro intactas en el tiempo, avivan tu atinada visión que trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras, porque la fuerza está en el saber, más que en los puñetazos. Correr mucho, reír bastante y dar gritos y saltos, es una de tus grandes lecciones para la vida, para avivar la frescura del carácter en función del progreso, de la continuidad.
Maestro, 171 no opacan el brillo de tu grandeza, al validar que los que pelean por la ambición, por hacer esclavos a otros pueblos, por tener más mando, por quitarle a otras naciones sus tierras, no son héroes, sino criminales. Martí vive en el corazón de cada cubano digno que lo admira y lo respeta, en cada niño que agradece sus doctrinas, en cada escuela que cumple con su instrucción, porque su mérito es caudal inagotable de amor y esperanza.
