Su nombre no importa. Quien lo ve tan seguro de sí, no imagina que hace casi una década llegó hasta las puertas del mismo infierno y tocó lo más bajo de las miserias humanas. Fue el alcohol, el detonante que lo convirtió en esclavo fiel, capaz de perder hasta la dignidad.
Tras los pasos del anonimato, no recuerda el instante exacto de su primer encuentro con la bebida, y sí las salidas con los vecinos del barrio y los compañeros de la escuela, que reunidos disfrutaban el placer del momento.
En aquellos tiempos de tomaderas, la tiniebla no cedía a la luz y los conflictos familiares se repetían diariamente. Eran tiempos de mentiras, de cobrar un salario y gastarlo sin pensar en la comida de casa, hasta de vender objetos personales para saciar la sed del alcohol.
Bajo esas circunstancias, no faltaron los consejos de personas que apreciaban a este hombre descuidado por la adicción, recrudeciéndose el desapego de hijos y hermanos, y creciendo así la agonía de padres golpeados por la presencia de un bebedor crónico en la familia.
Sumergido en el alcoholismo, a la distancia de casi diez años, la página del libro por mucho que intentó saltar, habita aun en un rincón que cuesta trabajo desempolvar, según cuenta este hombre, que refleja en sus ojos la manera sutil de desviar la conversación en cada uno de los intentos de llegar a los detalles más ocultos.
Un día, dio su primer paso. Alcohólicos Anónimos fue el programa donde aprendió a evitar el primer trago, de resistir unas cuantas horas sin probar la bebida que lo llevó a tocar las puertas del mismo infierno.
Hoy, este hombre que no revela su identidad porque no importa su nombre, no acostumbra a decir el tiempo transcurrido de pesadillas acuestas, porque decidió no mirar atrás para no continuar enfermando su alma.
Hoy, la sobriedad le devolvió sus valores perdidos y lo más importante, le dio la oportunidad de recuperar a su familia y a las relaciones sociales. Este hombre rehabilitado, después de estar en la oscuridad, de ser un esclavo del alcohol, volvió a ver la luz.
