“Doy las más expresivas gracias a ese Cuerpo por haberme liberado del gran peso que ha gravitando sobre mí, mientras he estado hecho a cargo del Gobierno, sin que pueda decirse que he abandonado mi puesto ni atribuirse a cansancio o a debilidad mía. Patria y Libertad.
Con esta frase de dignidad, Carlos Manuel de Céspedes respondió a su destitución el 27 de octubre de 1873, frente a la Cámara de Representes en Bijagual, Jiguaní.
En esa reunión, representativa de nueve diputados, incluído su Presidente Salvador Cisneros Betancourt, procedieron a la deposición del Padre de la Patria.
El diputado Ramón Pérez Trujillo, fue el proponente de la destitución, alegando el desacierto de Céspedes en su administración, de arrogarse facultades que no tenía el poder Ejecutivo y de haber fomentando la desunión entre los emigrados con el nombramiento de Manuel de Quezada como Agente especial desde el exterior.
Tomás Estrada Palma, connotado anexionista, se erigió en defensor de la Constitución, mientras que Marcos García, lo culpó de las desgracias de los insurrectos de Las Villas.
Debido a las dificultades para legislar en las condiciones que impuso la guerra, la propia Cámara había ampliado las facultades del Ejecutivo y tomado recesos, sin reconocer nunca lo inoperante del sistema de poderes adoptado en la Asamblea Constituyente de Guaimaro.
Ese día el entonces coronel y luego brigadier José de Jesús Pérez expresó a Céspedes que estaba dispuesto a apoyarlo con su tropa, pero el Patricio nunca hubiera derramado sangre cubana por su culpa. Fue también la persona que le recomendó el refugio en San Lorenzo, en la Sierra Maestra.
Después de un gobierno difícil, mellado por los antagonismos con la Cámara para ejercer un verdadero mando debido a los arraigos caudillistas y regionalistas de gran parte de los jefes, Carlos Manuel de Céspedes acató disciplinadamente su destitución para evitar entre cubanos que sabían, podían destruir a la Revolución.