A Contramaestre le nació un caguairán devenido en símbolo de la Patria, en paradigma de valentía y dignidad, en mambí de todos los tiempos, Juan Fajardo Vega.
Guayabal, su terruño natal, nunca olvida la existencia de este hombre, inscrito en la historia como el último mambí.
Las fértiles tierras de ese pedazo de suelo rememoran la labranza de Juan Fajardo Vega. Natalicio para ayudar a su padre y a su numerosa familia.
De raíces bien profundas por la Independencia de Cuba se nutrió el Ejército Libertador, el que incorporó a sus filas un joven de 16 años con sed de justicia y esperanzas renovadoras.
La Guerra del 95 atesora este valioso nombre que hizo de la emancipación independentista su principal misión.
La libertad de Cuba fue el ímpetu indetenible por la defensa de la Patria, tras la búsqueda de una paz verdadera de una Isla que exigía echar por tierra los peligros de la época.
Su valía, probada también en el Ejército Rebelde como armero del Tercer Frente Oriental, demostró la grandeza como hombre anónimo salido de lo más profundo de lo cubano, identificado siempre con los humildes, con los que compartió suerte como uno más.
Sus ojos fueron los últimos que vieron al Ejército Libertador, los últimos que vieron a Antonio Maceo vivo. Fue Juan Fajardo Vega ese soldado admirado por Fidel, quien sobrepasó los 105 años de edad para despedirse con evidente lucidez y resistencia física.
Han transcurrido 141 años de aquel nacimiento eterno y Contramaestre te evoca muy cercano, intacto, perdurable; recuerda tu impronta en una dimensión de luz y gloria que nos conduce con demostrada gallardía desde el altar sublime de los héroes.

