Aquel joven patriota no fue un ser de otro mundo; aquel combatiente con 25 años no reparó en costos o en beneficios propios, porque se lanzó soñando la posibilidad de una Cuba mejor.
Diosmedes Silveira Valdés es de esos jóvenes que se convirtieron en leyenda, en poesía, como saben hacer los mártires, como lo hicieron esos intrépidos que estaban en lo cierto.
En la memoria de su Maffo, hoy se le recuerda como el humano inmenso, como el soldado sublime, cuyo impulso raigal le llevó a creer que la Revolución le cambiaría el color a la vida para tener un aire distinto.
En las aulas de la escuela Mariana Grajales, donde estudió, trasciende su huella, se evoca al niño humilde y sencillo, quien desde muy temprana edad se cultivó en la mecanografía y aprendió el oficio de chofer.
En los pasillos de esa emblemática institución, se rememora al joven discreto, partícipe de las luchas clandestinas que ayudó a trasladar alimentos, medicinas y armas para auxiliar a los guerrilleros en las montañas orientales.
Su ímpetu se resguarda en las salas de la Casa memorial Olo Pantoja, donde se habla sobre el revolucionario cabal, en cuyas venas sólo ardía el deseo de servir a la Patria. Raúl Castro, revive en un discurso su ejemplo en la guerrilla del Segundo Frente Oriental.
Maffo no olvida la ausencia del patriota caído; no olvida el vacío del héroe legendario que cayó ametrallado en el combate del central Soledad, en Guantánamo; no olvida el cuerpo inerte, sersenado a balazos sobre la hierba manchada de sangre patriótica tras un enero de victorias.
Pero como la muerte no es verdad cuando se ha cumplido la obra de la vida, Diosmedes Silveira Valdés es y será para su Maffo, símbolo perdurable para las presentes y futuras generaciones.

