Entra en La Habana la Caravana de la Libertad. Esta vez la victoria no pudo ser usurpada. Fidel y los barbudos de la Sierra Maestra inspiraban una alegría inmensa al cumplir el sueño prometido.
Tras el camino lleno de obstáculos, duro y difícil para lograr el triunfo, se recuperaba en la nación el orgullo de ser cubano, la confianza en construir un destino colectivo con todos y para el bien de todos.
Cuba trascendía más allá de sus fronteras, inspirando a otros pueblos del continente a sacudirse del yugo del imperio americano. El pequeño David, vencía con su honda al gigante Goliat para ser referente en el mundo.
Las calles de La Habana abrazaban a los rebeldes triunfantes. Los sonidos de la ciudad se unieron al vocerío de las muchedumbres; las bocinas de los autos, las campanas de las iglesias, las sirenas de los barcos, acompañaban la garganta del pueblo en un grito: ¡Viva Fidel!, ¡Viva Cuba Libre!, ¡Viva la Revolución!
Era una fiesta de gente habanera celebrando la gran victoria para ser suya la Revolución, más profunda e irreversible.
El campamento de Columbia, otrora madriguera del régimen batistiano y destino final de la Caravana bendice al líder y su causa.
La Revolución marcaba su rumbo: construir una sociedad culta, saludable, justa, libre y soberana, era la promesa del Padre mayor.
Caravana y Fidel siempre presentes
A la distancia de 64 años de aquella epopeya rebelde, humanista y anti-imperialista, la Revolución sigue en pie y Fidel se multiplica en un pueblo dispuesto a continuar haciendo historia en defensa de los más preciados ideales de justicia para Cuba y para el mundo.
A 64 años del paso indetenible de la Caravana del presente y futuro, serán otros barbudos y otros los caravanistas, pero en todos estará siempre la certeza de salvar la Revolución, porque la historia cada año se renueva.